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Granada, Spain
Nací en Cazorla (Jaén), el rincón más entrañable del mundo para mí, allí pasé mi infancia y primera adolescencia. Después en Madrid 16 años, ciudad generosa que acoge a todo el mundo, pero demasiado grande para mi alma rural. Por último en Granada ya más de 20 años, fue el paraíso encontrado después de salir del centro de Madrid. Licenciada en Historia Antigua, la enseñanza ha sido mi principal ocupación.

martes, 26 de mayo de 2009

ANA

La materia inerte se hace carne,
para poder maravillarse del milagro de la vida



“ A veces olvido que no hay Dios y me sorprendo rezando. Tal es la necesidad que tenemos de un ente superior que justifique nuestra existencia”. No es que ella no creyera en la existencia de Dios. En realidad solía decir que, en ese aspecto, no estaba segura de nada. Decididamente descartaba a un Dios personal, paternal y misericordioso, hecho a nuestra semejanza, castigando o premiando a unos u otros, según su comportamiento. “Si existe Dios, es un concepto tan superior, que sería indefinible, inexplicable, pero el hombre necesita tenerlo todo bajo control para estar tranquilo y, en esa necesidad, define a Dios de una forma simple y torpe, lo representa en imágenes, lo rebaja a la categoría humana y entonces lo adora. Adora a su propia obra, mientras desprecia y maltrata lo que se supone que es obra de Dios, la naturaleza entera. Así es nuestra especie”. Creía sobre todo en la fuerza de la vida, sin poder explicarse mucho su origen o su principio. El paso de los años le fue enseñando a dejarse llevar, confiada, por esta fuerza, cuando ya había agotado sus propias posibilidades de...

ESTÍO

Una cancela desvencijada cierra ahora el camino que entonces conducía a mi casa. A cada una de
sus jambas se sujeta una valla de alambre, que circunda toda la zona. Recorro con algo de ansiedad la valla, con la esperanza de que algún fallo en su estructura me permita entrar, pero no es posible. Hasta donde la maleza me deja andar, el entramado de alambre es impenetrable. No puedo entrar. Desde donde estoy situada, puedo ver toda la zona tan familiar para mí. Estoy sobre una leve colina. Unos metros debajo de mí, en una pendiente suave, más allá de la valla metálica que me corta el paso, estuvo en su día el tejar: una casa, mitad taller y mitad vivienda para los tejeros, la alberca, el horno de leña y el pozo. Ya no queda nada. Ni siquiera algún montón de escombros que recuerde que allí vivió y trabajó alguien alguna vez, que allí hubo una casa. Unos metros más abajo, se extiende la pequeña pradera que separa o que une esta colina con la de enfrente, sobre la que aún se conserva la casa que, durante años, estuvo tan ligada a mi familia. No puedo verla al completo. Los árboles que hay delante sólo traslucen fragmentos blancos y varias ventanas. Algunos de esos árboles los sembró mi padre, cuando yo era una niña.
Ahora puedo verme a mí misma, a la edad de 6 ó 7 años. Estoy delante de mi casa, con voz en grito, con el megáfono de mis manos alrededor de la boca, llamando a la hija de los tejeros de turno, siempre en verano, el clima permitía tender al sol tejas y ladrillos, para secar antes de entrar al horno: -¡¡Luchi!!. Tras unos segundos, ella salía de la oscuridad de su puerta y, después de cambiar unas palabras conmigo, también gritando, emprendía la carrera hacia mi casa, por el camino que, a la derecha, rodea la pradera. Preferíamos los alrededores de mi casa para nuestros juegos, en la suya siempre estorbábamos en las faenas del tejar.
Años más tarde, otro verano, yo tendría unos 13 años, se instaló un nuevo matrimonio de tejeros. Les ayudaba Pedro, un muchacho que no llegaba a los 20. Ellos sustituyeron a los padres de Luchi en la labor de fabricar tejas y ladrillos, de una forma artesanal, como antes lo habían hecho ellos. Su maestría en el trabajo despertaba entonces mi curiosidad adolescente, por eso, con frecuencia, dejaba pasar el tiempo viéndoles trabajar. Yo aprovechaba la época de vacaciones escolares para estar con mis padres, después del verano tendría que separarme de nuevo de ellos. Esto fue así durante los años que mi padre estuvo destinado en aquella casa para el control de la explotación forestal. La tejera me dijo un día: “Pedro está prendado de tus ojos”. Yo lo acompañaba muchas veces mientras trabajaba. Seguía con interés la pericia con que llenaba el molde de barro y, después de alisarlo con cuidado en su rasante, lo deslizaba hábilmente hasta dejarlo caer sobre una superficie curva, así le daba la forma a las tejas. Mientras trabajaba, Pedro me contaba...

EN MÍ

Por qué este lugar, tan entrañable siempre, ahora, a mi regreso, carece de vida por completo. La apariencia que ofrece es absolutamente la misma que ha tenido siempre en mi recuerdo, sin embargo nuestro reencuentro es distinto a como lo había esperado y planeado desde hace tanto tiempo.

Estoy aquí, como una ofrenda incondicional, dispuesta a confundirme con todo el entorno, como tantas otras veces, sintiéndome parte integrante de este lugar, molécula hermana de las que configuran todo lo que existe. Los árboles, la justa brisa que los mueve produciendo ese murmullo indescriptible que, desde la infancia, me sugería una especie de oleaje marino. Las casas humildes y las ostentosas. Cada grano de mineral que contribuye a formar el suelo en sus desiguales relieves, tenazmente, hasta perderse en el horizonte. Me confundo con todo lo que existe, contribuyo a que exista, pero hoy no siento nada. Trato de estimular la imaginación, volviendo a actualizar todos mis proyectos, recordando el empuje que producían en mí. Lo recuerdo, pero no lo siento. Qué distinto es saber a sentir. Pretender administrar las propias sensaciones o sentires es una empresa inútil. En este momento, mientras espero, únicamente tengo la sensación de la existencia. Soy sólo eso, existencia. Siento profundamente la placidez del abandono, nada más. Me desplazo unos metros. No debo alejarme mucho de la parada del autobús. Bajo mis pies crujen lentamente los matojos secos de la orilla. Hay un olor cálido y reseco que lo envuelve todo. Respiro con lentitud y me lleno de él por completo mientras sigo desplazándome, en una y otra dirección, alternativamente.

De pronto una leve brisa se desploma...

viernes, 15 de mayo de 2009

MADRE

La habitación, invadida por la penumbra de la tarde, no es muy grande. Dos mujeres se mueven de acá para allá, con rostros sombríos y pasos ágiles y silenciosos, disponiéndolo todo, otras, mudas y entristecidas, contemplan la escena. Sobre la cama de matrimonio, yace el cuerpo aún cálido de Dolores. Es muy joven para morir. Sólo tiene 29 años. 29 años y seis hijos. Las mujeres buscan, en el cajón de la cómoda, alguna ropa que ponerle, todo está limpio y perfectamente doblado. Huele a ropa planchada.
-¡Qué apañada era! -comenta alguien -Mira cómo lo tiene todo.
De la habitación contigua llega la voz infantil y temblorosa de una de las hijas más pequeñas.
-¡Mama!.
El padre se apresura a responder.
-Ya voy.
-No, tú no, ¡igo mama!.
Las mujeres, estremecidas, enjugan sus ojos.
-¡Pobre niña!, ¡pobres angelitos! Con lo que necesitan a su madre.
La abuela de los niños levanta las manos implorantes al cielo y, entre lágrimas, clama:
-¿Por qué no me has llevado a mí, Señor?. Ella hace mucha falta.
Alguien exclama de pronto haciendo callar todos los susurros:
–¡Mira, se le mueve en vientre!. Dios mío...

LA CRUZ DE LA MALA MUJER

Llega a su fin un día de primavera, que ha prodigado amplia jornada de luz para el trabajo. Los sonidos vespertinos de la serranía retumban por cañadas y barrancos, mientras los rayos inclinados del sol dejan en penumbra todo el valle. Juan calcula el tiempo de luz que aún le queda para avanzar camino. Ha comprobado que no tendrá más remedio que pasar la noche al descubierto. Está lejos de cualquier sitio. La recua de mulos avanza a un ritmo pesado, después del duro trabajo del día. Los animales necesitan agua. Hace un recorrido mental por los veneros más próximos y elige el que menos desvía su camino. Trata de estimular el paso de las bestias, quiere llegar antes de que anochezca, pero los animales vuelven a su cansina marcha, en cuanto el hombre deja de arrearlos. La impaciencia se va haciendo grande. Las tinieblas abanzan...

EN EL BOSQUE DE PINOS

“El sol se refleja voluntarioso en las fachadas del otro lado de la calle, ofrece toda la luz y calor posible en esta época del año. Son las primeras horas de la mañana y mi habitación permanece en sombra, me niega los cálidos rayos que mi cuerpo tanto necesita. El sol de la ciudad brilla menos, amortiguado por un aire manchado que le resta esplendor. Sus rayos se abren paso, con dificultad, entre las calles, para calentarlas apenas. Hace frío. Un frío sucio, sintético y artificial, un frío de soledad impuesto por esta forma de vivir algo sombría. Tengo que hacer algo. La vida a veces da y a veces niega. Sin duda habrá aquí un camino para mí”.
La habitación que ocupa está en un orden sorprendente para ser de un hombre. Los colores del edredón en la cama atenuados por el tiempo. Algunos recuerdos personales, fotos, un par de libros, un fósil, las llaves, todo en la estrecha estantería que trepa aprovechando el exiguo espacio junto a la ventana, el cartel con el mapa de España pegado a la pared. “Aprende a localizar el punto donde te encuentras”. Siempre respetó los consejos que recibía...

lunes, 11 de mayo de 2009