“Ya sé que las rocas no sienten, pero creo que sienten”.
Cuando era una niña, respondía así a los adultos que se esforzaban en darme toda clase de explicaciones sobre cuerpos animados e inanimados para sacarme de mi error. Ahora, con un montón de años, cuando me pierdo por olvidados caminos y las contemplo, vuelvo a pensar: Las rocas no sienten, pero sienten. ¿Será que no he madurado?.
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