Lo que voy a decir viene al caso por lo ocurrido
recientemente con un cristo de Jaén, al que un ocurrente muchacho ha tenido a
bien cambiarle la cara por la suya propia.
Todas las cosas en este mundo tienen la importancia que
se les quiera dar y en esta ocasión no es distinto. ¿Quizá el juez le ha dado
mucha importancia condenando al chico en cuestión a pagar una multa?. Y la
reacción a esta multa ¿no ha sido también desproporcionada?.
Es difícil actualmente definir los límites entre
libertad de expresión y respeto al diferente. Los que vivimos gran parte de
nuestra vida bajo la dictadura franquista teníamos muy claro lo que era
libertad de expresión, lo teníamos tan claro porque carecíamos de ella y la
necesitábamos como el respirar. Desde luego la libertad de expresión que
reclamábamos no era para poder burlarnos libremente ni hacer parodias de quien
no pensaba como nosotros. El derecho a la libertad de expresión que exigíamos
era algo muy distinto que ahora recuerdo con añoranza, al ver que se nos ha ido
la mano y ya no sabemos cuándo ni dónde parar. Creemos tener derecho a todo. Pienso
que hemos olvidado aquello de “mi libertad termina donde empieza la del otro”.
Somos pobres criaturas perdidas en un universo
inmenso e indescifrable para nuestras limitadas mentes y, en esta angustiosa
soledad, cada cual se agarra a lo que puede para dar sentido a su vida. De ahí
nacen todas las creencia y filosofías. Cuando uno hace suya una fe, eso es lo
más íntimo y sagrado de su vida. Es lo que necesita para sobrevivir en el
desamparo existencial en que nos encontramos. Por eso pienso que debería haber
un respeto tácito, no por ley, a todos los símbolos sagrados de todas las
creencias, por muy ridículas que nos parezcan. Porque estamos obligados a
convivir en este planeta perdido y cuanto más pacífica y respetuosa sea nuestra
convivencia, todo irá mucho mejor.
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