Sólo ella volvió
Allí estaban todas las
voces. La suya propia. Las de sus padres, jóvenes entonces. Sus hermanos. Todos
los pensamientos, las frustraciones, el trabajo, los problemas. Allí había
quedado una parte del espíritu de todos, pero todos pudieron prescindir de esa
floresta que los había envuelto durante años. Ella no .Sólo ella volvió. Había
quedado cautiva del aroma de los pinos, el graznido de los grajos al atardecer,
las fuertes tormentas del collado, el camino de tierra, el pan reciente, las
cigarras frenéticas del verano, las abejas libando afanosas para elaborar su
miel de romero…
Todos los rascacielos
de la inmensa ciudad, su promesa de oportunidades innumerables y el oropel de
espectáculos y comercios no fueron suficientes para apagar aquel espíritu que
albergaba su alma. Por eso ella siempre seguiría volviendo hasta el final. Sólo
ella. Ninguno más sintió esa necesidad de hacerlo. Y, al atardecer, cuando el
sol se hundía dejando el cielo plagado de arreboles, cuando la noche calma se
disponía a inundarlo todo y el silencio se empezaba a adueñar de los caminos,
ella ya se había fundido, hecha cenizas, con su amorosa tierra. Y alimentaba ahora
las raíces del gran laricio centenario y majestuoso que la viera corretear de niña
y, protector, le diera sombra, cobijo, leña contra el frío de los inviernos y
el oxígeno alentador de su vida. Ella, en deuda, se quiso dar entera y
compartir su camino por los siglos venideros.
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